Believer sits and prays on bench inside old big temple or church in sunlight, view from back.

En todos existe el gran deseo de vivir con salud y es muy bueno este deseo. Ahora bien ¿qué se entiende por salud? ¡Eh ahí la cuestión! A la hora de concretar –en todos los humanos- deseamos tener salud corporal, es decir, que no nos afecten las enfermedades del cuerpo. Para otros que padecen la limitación psicológica abogan a fin de que los entes públicos aceleren a fin de que se lleve a cabo la salud mental que contrarreste la enfermedad que tiene sus repercusiones en la mente. Pero ¿se habla de la salud espiritual? De esto se habla menos y son las circunstancias de una sociedad “bien instalada” que –en muchos momentos- sólo busca lo material y lo tangible; se olvida de la vocación a la que está llamada y es a la plenitud de vida que en esta tierra se inicia y se realiza en la eternidad.
Bien podríamos aplicar lo que expresa el gran San Bernardo que compara a Dios como la fuente y a nosotros como los sedientos. La fuente quiere apagar la sed de todo aquel que pase junto a ella, pero respeta a quien decide morir sin probar el Agua Viva (Dios) que mana de ella constantemente. El sediento puede poner todas las escusas para no beber y padecer los efectos de sus actos. ¿Deja de manar agua porque el sediento decida no beber? Ciertamente no. Así es el amor de Dios. La fuente no juzga a quien no quiere beber, se juzga el mismo al rechazar la vida que se le ofrece. La fuente tampoco condena, somos cada uno de nosotros los que nos condenamos a nosotros mismos. Esta fuente de Agua Viva sacia la sed que está en lo más oculto de nuestra mente, de nuestros sentimientos y de nuestro corazón. Concluye este santo: “El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar” (Cfr. Sermones sobre el libro del Cantar de los Cantares, Sermón 83, 4-6). Esta experiencia provoca un equilibrio existencial en toda su integridad: corporal, sicológica y espiritual.
Muchas son las motivaciones que concurren en la experiencia actual del género humano. No es de extrañar que, como bien dice el dicho popular: “Dime con quién andas, y te diré quién eres” o “por sus frutos les conoceréis”. Se puede deducir los gustos y aficiones de alguien por los amigos y ambientes que frecuenta. Del mismo modo este refrán advierte de la gran influencia que ejerce en el comportamiento o en las costumbres de alguien las compañías de los demás, ya sean buenas o malas. De ahí que tanto las compañías, el conocimiento, la influencia y las preferencias tienen mucho que ver con la salud mental y espiritual. Y abundando en el ejemplo de los santos, ahí tenemos un camino de perfección que ayuda a saber afrontar la vida con la fuerza de la vida cristiana que no es baladí sino la expresión de una mayor armonización de la vida corporal, sicológica y espiritual.
Uno de los santos que más nos puede hablar de esto, es San Agustín. Oigamos su relato en Las Confesiones: “Todas las aflicciones y tribulaciones que nos sobrevienen pueden servirnos de advertencia y corrección a la vez. Pues nuestras mismas sagradas Escrituras no nos garantizan la paz, la seguridad y el descanso. Al contrario, el Evangelio nos habla de tribulaciones, apuros y escándalos; pero el que persevere hasta el final se salvará… No protestéis, pues, queridos hermanos, como protestaron algunos de ellos –son palabras del Apóstol-, y perecieron víctimas de las serpientes. ¿O es que ahora tenemos que sufrir desgracias tan extraordinarias que no las han sufrido, ni parecidas, nuestros antepasados? ¿O no nos damos cuenta, al sufrirlas, de que se diferencian muy poco de las suyas? Es verdad que encuentras personas que protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían. En realidad juzgas que estos tiempos pasados son buenos, porque no son los tuyos” (Sermón Caillau Saint-Yves 2, 92). No olvidemos que es muy saludable favorecer todo lo posible la vida espiritual que dulcifica la vida y la enaltece. ❏

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