Pray in the Morning , Woman praying with hands together on the morning sunrise background.

Muchas veces nos sucede que rogamos a Dios para que nos conceda lo que le pedimos. Es digno y bueno presentarle nuestras necesidades, pero con la condición de estar ante todo y sobre todo en su amor y en su voluntad. “¿A qué viene tanto divagar y preguntar qué debemos pedir, siempre con el temor de no pedir lo que conviene? Dejémonos ya de eso y digamos sencillamente con el salmo: ‘Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida, para gustar la dulzura del Señor y cuidar de su templo’. En esta morada no empiezan ni acaban los días; todos se dan simultáneamente y sin fin, ya que la misma vida que goza de tal género de días tampoco tiene fin. Para conseguir esta vida bienaventurada nos enseñó a orar la misma Vida bienaventurada. Y nos enseñó a orar no con mucha palabrería, como sí por mucho hablar fuéramos a ser mejor escuchados. En realidad oramos a Dios que, entes de pedírselo nosotros, sabe ya qué es lo que necesitamos” (San Agustín, Carta a Proba).
En el fondo somos bastante egoístas porque queremos que Dios se acomode a nuestras necesidades, cuando lo mejor siempre es dejar que él actúe en nuestra vida según su voluntad. Esto me hace recordar la experiencia de aquel joven que siempre estaba rogando y obligando a Dios que le concediera lo que él deseaba. Cuando esto no lo conseguía, decía con aire imperativo: “Ya no creeré más en Ti; me has fallado y me has dejado sólo y abandonado”. Y es que a Dios se le ruega, no se le obliga para que se cumpla nuestra voluntad; ha de ser la suya que siempre será mejor que la nuestra. “Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad; tu ley de amor la llevo dentro de mí” (Sal 40,8). Todo esto requiere un itinerario espiritual que hace crecer en el camino de la verdadera madurez humana y cristiana. Por eso propongo:
Hablar con Dios cada día: Comenzar con el Padre Nuestro que es la oración de Jesucristo; así nos enseñó a rezar. Procurar tener el corazón puesto en su Mirada de Amor. Dios nos mira con ternura. Presentarle las circunstancias por las que pasamos, sean gozosas o dolorosas. Rogarle que nos de fortaleza para seguir amando como Jesucristo nos ama.
Leer la Biblia y escuchar su mensaje: En la parroquia se podrá adquirir “La Buena Noticia de cada día” u otras parecidas. Todos los días se nos ofrecen las lecturas de la liturgia con comentarios sencillos. Dios se encargó de dejarnos directrices bastante claras que iluminan las circunstancias de la vida con sus alegrías o con sus penas.
El Espíritu Santo es el protagonista de la Iglesia y de nuestra vida: Así decía San Pablo: “Debemos dar siempre gracias a Dios por vosotros, hermanos, amados del Señor, porque os eligió Dios como primicias para la salvación, mediante la acción santificadora del Espíritu Santo y por la fe en la verdad” (2Ts 2, 13). Así se discernirá mejor la Voz de Dios y se moverá el corazón para realizar obras de bien, excluyendo las obras malignas.
Obedecer a Dios rechazando el pecado: Es muy importante -cuando se reza- manifestar a Dios que nos conceda su gracia. Y si en algún momento nos falta la gracia acudir al sacramento de la confesión; él nos perdona y nos concede su gracia. “Educándonos para que renunciemos a la impiedad y a las concupiscencias mundanas y vivamos con prudencia, justicia y piedad en este mundo…y Jesucristo que se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad” (Tt 2, 11-14).
Acudir a la fraternidad y comunidad cristiana: Es importante no vivir en soledad sino en fraternidad. De ahí que el centro y culmen de la vida cristiana es la Eucaristía y de modo especial la dominical. Recuerdo lo que decía Santa Teresa de Calcuta a sus Hermanas: “¡Qué grande es Dios que ha bajado del Cielo en Jesucristo y se ha hecho Alimento en la Eucaristía para alimentarnos! Y ¡Qué grande es Dios en Jesucristo que se ha hecho místicamente presente, en el hermano pobre, para que le alimentemos!” Se crece espiritualmente cuando ponemos a Dios en el centro de nuestro corazón: para amarle y para posteriormente amar al prójimo. El ruego que más agrada al señor es ponernos a su disposición sin pretender convencerle para que hagamos nuestra voluntad.

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