Estamos celebrando el DOMUND -Domingo mundial de las Misiones- y lo que se me ocurre en estos momentos que tanto se habla de diálogo, de apertura, de acoger a todos… es la promoción de la misión en todos los cristianos que se precien a ello. La sociedad está hambrienta de amor y fraternidad. Los movimientos sociales e incluso los políticos están pasando por unas circunstancias de precariedad humana. Y lo digo porque en el corazón de todos, y de los sencillos de modo especial, hay muchas razones para estar decepcionados. Por mucho que se quiera reformar lo irreformable no se tiene presente que la persona sea el núcleo fundamental de la auténtica reforma. Imperan los intereses de todo tipo y de modo especial los intereses de la “egolatría” con todos sus matices. De ahí que se requiera volver a las raíces del auténtico humanismo que se sustenta en el amor que Dios ha derrochado sobre la humanidad.
La misión tiene como fuerza motora el Amor de Dios que, manifestado en Jesucristo, ha transformado al ser humano y éste estando caído le ha levantado gracias a la Salvación en Cristo. No hay un humanismo auténtico sin el sustento salvífico de Jesucristo. De ahí que, como se nos narra, los discípulos de Jesús estaban decepcionados mientras se acercaban a Emaús: “Sin embargo nosotros esperábamos que Él sería quien redimiera a Israel” (Lc 24, 21). Estaban decepcionados aquellos discípulos y amargados sicológicamente puesto que no comprendían que, habiendo creído en Jesús, les hubiera engañado. “Este drama de los discípulos de Emaús es como un espejo de la situación de muchos cristianos de nuestro tiempo. Al parecer, la esperanza de la fe ha fracasado. La fe misma entra en crisis a causa de experiencias negativas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor. Pero este camino hacia Emaús, por el que avanzamos, puede llegar a ser camino de una purificación y maduración de nuestra fe en Dios” (Benedicto XVI, Regina Caeli, III Domingo de Pascua, 6 de Abril de 2008). Sólo la misión que Cristo nos regala, en nuestros corazones, puede solventar esta situación.
Durante el camino hacia Emaús van racionalizando su despiste en la fe y a pesar de estar acompañados pos Jesucristo, no lo reconocen. Sólo cuando uno se fía y acoge a Jesucristo no sólo le reconoce sino que se abre a una nueva perspectiva: “¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32). La misión consiste en saber que Jesucristo siempre nos acompaña, aunque seamos tercos de mente, puesto que el corazón está ardiente mientras caminamos. Y sólo el Señor puede hacernos arder el corazón e invitarnos a dar pasos en el encuentro con los demás. ¿No es así como hacen los más de NUEVE MIL MISIONEROS de nuestras tierras españolas, ardientes de caridad, en los lugares más necesitados de la acogida y promoción amorosa del evangelio? También nuestros misioneros, al estilo de los discípulos de Emaús, caminan con sus dudas y bajo la tentación del desánimo, pero escuchando las palabras consoladores de Jesucristo manifiestan que sus caminos no son los Caminos del Maestro y por eso, de él se fían.
Es hermoso constatar que los discípulos de Emaús se encuentran especialmente, con Cristo, en la fracción del pan. “También hoy, él parte el pan para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan. Así, el encuentro con Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más profunda y auténtica, templada, por decirlo así, por el fuego del acontecimiento pascual; una fe sólida, porque no se alimenta de ideas humanas, sino de la palabra de Dios y de su presencia real en la Eucaristía” (Benedicto XVI, ibid.). Justamente en la Eucaristía encontramos el consuelo y la fuerza para seguir caminando y luchando aún en medio de las dificultades y contrariedades de la vida.
¡Feliz Jornada del Domund! ❏

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