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Queridos diocesanos: el próximo domingo 12 de noviembre, celebramos, un año más, el Día de la Iglesia Diocesana, en esta ocasión con el lema «Orgullosos de nuestra fe». Esta Jornada nos invita a profundizar en nuestro ser creyentes, apelando a la responsabilidad para que, en coherencia con nuestra fe, nos comprometamos en la vida y la misión de la Iglesia, tanto con nuestra dedicación personal como con nuestra aportación económica.
Nos sentimos orgullosos de ser testigos de Cristo en la predicación de la Buena Noticia del Evangelio, por ser testimonio e iluminadores de luz en el mundo… La fe nos abre el horizonte de la esperanza y el amor y el servicio al prójimo. Porque cristianismo y misericordia son vasos comunicantes.
Este orgullo por ser y sentirnos cristianos nos lleva a la alegría. San Pablo exhortaba a los cristianos de Filipo y les animaba a alegrarse siempre en el Señor (Flp 4, 4). El origen de la alegría del cristiano reside en la fe, en sabernos hijos amados de Dios. No brota de nuestras buenas obras sino del “encuentro con Aquel que nos ama hasta el extremo”.
Hoy vivimos, no obstante, una “profunda crisis de fe”. Decía San Juan Pablo II que “muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en el que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado”. En muchas ocasiones, incluso, el discurso sobre Dios queda relegado al ámbito privado.
La verdadera fe se manifiesta cuando, por amor a Dios, tenemos gestos de ternura, de caridad, de estar cercano a los necesitados, porque el otro es nuestro hermano, hijo del mismo Padre. Vivimos en un mundo y en una sociedad fuertemente individualizada donde se promueve la autorreferencialidad, es decir, que cada uno viva preocupado por su propio bienestar y, como resultado de esto, se pliegue sobre sí mismo.
El Papa Francisco nos advierte que cuando la vida interior se pliega solo sobre nuestros propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ni para los pobres, ni siquiera tiempo para escuchar la Palabra de Dios. Frente a esta tentación debemos dejarnos guiar por el Espíritu Santo, que nos introduce en el misterio de Dios, nos da la fortaleza y nos impulsa a abrir las puertas para salir de nosotros mismos y anunciar y testimoniar valientemente la resurrección de Cristo al mundo de hoy.
Os invito, queridos hermanos, a tener un corazón generoso con las necesidades de nuestra Iglesia diocesana, a vivir con orgullo y alegría intensa el gozo de la fe y el gozo de ser cristianos. En un mundo marcado, a menudo, por la tristeza y la inquietud, la alegría es un testimonio importante de la belleza de nuestra fe cristiana. ❏

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