En una sociedad muy secularizada y con el prurito de ser imparciales se sigue pretendiendo eliminar del ámbito público todo lo que signifique presencia religiosa. Parece que toda la sociedad se siente más cómoda con los renos y las estrellas que ante un Niño. Ahora los adornos navideños son figuras abstractas, principalmente geométricas. Parece que al Niño Jesús le han secuestrado como si fuera alguien que molesta en una sociedad que le da vergüenza significarse religiosamente. La modernidad tolerante y pluralista se ha adueñado de la navidad social y cuesta decir Feliz Navidad cambiándolo por Felices Fiestas.

Desde hace varias semanas se está proclamando la Navidad como un tiempo de buenas comidas y de rebajas (lower prices) en los alimentos para no caer en la subida de los mismos pocos días antes de las fiestas. Los nervios se adueñan de los compradores, puesto que los alimentos, amenazan, en subirse. Y ya no sólo los alimentos sino incluso también los electrodomésticos, las ropas, los regalos y los diversos materiales de la casa. Las calles se adornan con hermosas luces y con filigranas que lo único que tienen son árboles y nieves luminosas. Muy difícilmente se halla alguna imagen del que festejamos. Tan implicados se vive en la “sociedad de consumo” que no hay tiempo para ir a lo fundamental como es la finalidad de las fiestas navideñas que es la alegría de saber que -hace siglos- nació en Belén el Hijo de Dios: “Apareció la ternura y el amor de Dios en Jesús” (Tit 3, 4). Y este evento aparece como una sombra en el hoy de la sociedad olvidadiza y en el ambiente secularizado.

Es la sociedad de la apariencia y del vacío. Lo único que interesa es vivir bien y cómodamente, donde se gasta y se gasta acompañados de luces de colores y donde ya no importa el dinero que uno pueda empeñar sabiendo que los precios crecen sin contemplaciones. Al final de las fiestas y de vuelta a casa se siente el agotamiento y una vez más se experimentan unas fiestas sin contenido para la vida espiritual puesto que el cuerpo ha aumentado en kilos y las ilusiones se han convertido en falaces y engañosas promesas.

Hay que reconocer que, a pesar de todo lo expuesto, se siguen instalando los “Portales de Belén” en las familias, en algunos locales públicos, en los centros de educación, en ciertos ámbitos culturales… y todo porque aún quedan raíces cristianas y pudiera ser vergonzante ausentar de la fiesta al que se festeja. No obstante este sentimiento secular y de vergüenza social podemos decir que el “Portal de Belén” sigue en pié donde se ha dejado a parte el rubor y con sencillez pero con gozo seguir afirmando que hace 2023 años nació un Niño que era el Hijo de Dios, que nació en Belén y que José y María contemplaban con alegría al Niño Dios. Y aquellos que lo visitaron eran los pastores que merodeaban por aquel lugar. Es el culmen de la historia de amor entre Dios y la humanidad.

Este acontecimiento nunca desaparecerá en la historia puesto que la comunidad cristiana por muy pequeña que esta sea, seguirá mostrando el mayor regalo histórico que hemos recibido: El Hijo de Dios que se encarnó, por obra del Espíritu Santo, en la Virgen María y nació en Belén. La historia nunca podrá borrar tal evento por mucho que se busquen motivos para hacerlo. La razón es muy clara y ya lo dijo Jesús que las tinieblas se disipan con la luz y esta luz es el mismo Cristo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Y la luz siempre luce y nadie la podrá apagar porque siempre vencerá. Por ello bien podemos decir: ¡Feliz Navidad porque el Niño Dios ha nacido y nos ha salvado!¡Feliz Navidad porque Dios vive siempre entre nosotros!

 

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