Peregrinación de las comunidades neocatecumenales a Santiago
El pasado 21 de septiembre, 71 hermanos de las Comunidades Neocatecumenales de la parroquia de San Nicolás peregrinamos a Santiago de Compostela. En nuestra mente todavía estaba fresco el recuerdo de la celebración penitencial con la que el martes anterior habíamos empezado la peregrinación.
Cuando la noche invadió el día rezamos vísperas salmodiadas. Después de los salmos de la Liturgia de las Horas cada uno pudo orar por sus intenciones personales o colectivas de manera individual.
Llegamos al Seminario Redemptoris Mater de León después de haber cenado. Los seminaristas nos recibieron con guitarras y cantos que recordaban la alegría que experimentó Isabel ante la visita de su prima María. Después nos presentamos formalmente, visitamos el edificio y rezamos completas.
de León a Santiago de Compostela
El segundo día comenzó con una visita a la catedral de León, sobrecogedor ejemplo de construcción gótica. Sus arcos se elevan hacía el cielo intentando alcanzarlo. La luz se cuela gozosa por sus multicolores vidrieras y se deshace en el suelo. Las torres alzan orgullosas sus cruces intentando atrapar una nube. Y la fe, la fe nuestra y la de tantos otros que nos han precedido, sostiene los pilares del edificio.
Después salimos rumbo a Santiago de Compostela, culmen de nuestra peregrinación. Pero una parada más nos esperaba: la Basílica de Nuestra Señora del Camino. Allí rezamos laudes, bendiciendo al Señor con “salmos, himnos y cánticos inspirados” (Ef 5, 19). Concluidos los mismos besamos el manto de la Virgen. Cantamos salmos de alabanza al Señor y pudimos manifestar nuestra alegría bailando delante de la Basílica. Después nos montamos en el autobús y marchamos a Galicia.
Paramos a 12 km. de Santiago y allí, los más jóvenes y aguerridos bajaron para recorrer el último tramo a pie. El resto nos esperaría en la ciudad. La cruz primero, las guitarras después y luego todos los demás. Por el camino fuimos rezando el rosario y cantando salmos. Tardamos tres horas en recorrer los kilómetros que nos separaban de la ansiada meta. ¡Qué alegría tan deliciosa sentimos cuando divisamos desde el Monte do Gozo las torres de la catedral! ¡Cuántas sonrisas cuando entramos en la ciudad! ¡Cuánta satisfacción el ver las casas de Santiago agrandándose a cada paso! Nos venían a la mente los salmos de la subida “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa de Yahveh” (Sal 121,1).
Al llegar al casco histórico fue cuando más claramente pudimos manifestar la alegría de nuestra fe. Alzamos la cruz y fuimos, tras ella, hacía la catedral, cantando salmos de alabanza al son de las guitarras. La gente se paraba y nos sonreía. Otros nos miraban extrañados. Y, por fin, cuando al doblar una esquina apareció la torre iluminada de la catedral el júbilo nos inundó. Recta, orgullosa, nos mostraba el camino hacia el que, al final, se dirige la peregrinación que es nuestra vida. La catedral nos recibía con los brazos abiertos hacia la Plaza del Obradoiro bajo un cielo estrellado. Y allí, a los pies de la Catedral de Santiago bailamos y pudimos seguir la invitación de la Escritura “Dad respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza”. (1ª Pe 3, 15).
Santiago-Muros-Santiago
El día amaneció plomizo. Nos montamos en el autobús y nos fuimos a la pequeña población pesquera de Muros. En ese pueblecito tan pequeño hay una Comunidad Neocatecumenal, la primera que se catequizó en Galicia. Los hermanos gallegos, con el párroco emérito a la cabeza, nos recibieron en su pétrea y hermosa colegiata. La iglesia era bella aunque no tanto como la hospitalidad que, un día más, pudimos experimentar.
A la tarde visitamos la ciudad de Santiago, en concreto la catedral y su entorno. Visitamos el templo después de hacer una cola interminable. El silencio de dentro invitaba a la oración. Posiblemente una de las gracias que el Señor tuvo a bien regalarnos en este día fue ver en funcionamiento el Botafumeiro. El inmenso incensario volaba sobre nuestras cabezas y llenaba el aire con su perfume de incienso. El magnífico olor se elevaba hacía el cielo, hacía Dios, y se llevaba con él nuestras oraciones y deseos. “Valga ante Ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la tarde” (Sal 140, 2).
Después tuvimos un momento libre para disfrutar de la ciudad. Algunos rezaron, otros intentaron, y lograron, dar el abrazo al santo y rezar en la cripta, otros compraron detalles para sus seres queridos y otros degustaron la gastronomía típica.
Nos juntamos en la plaza de la catedral y regresamos a la Casa de Ejercicios. Después de cenar celebramos la Eucaristía en la que rezamos de un modo especial por las intenciones del santo Padre, por los hermanos de nuestra parroquia que se habían quedado en Pamplona, etc.
De Santiago de Compostela a Pamplona
La peregrinación todavía no había terminado. El Señor todavía nos tenía reservada una gracia. De camino a Pamplona paramos en La Aguilera (Burgos) y visitamos un convento, reciente fundación de las Clarisas de Lerma. 170 monjas y más del 75% menores de cuarenta años. Una autentica gracia. Nos reunimos con ellas en el locutorio. Allí intercambiamos nuestras experiencias de fe. Luego, para finalizar, cantaron un canto muy hermoso sobre la idea de que “Sólo Dios basta”. Nosotros también pudimos entonar, con ellas, un canto de alabanza al Señor. Realmente fue una experiencia única que no esperábamos obtener y que dejó en nosotros una huella profunda.
De regreso a Pamplona rezamos vísperas y algunos hermanos dieron su experiencia de la peregrinación. Entramos en nuestra urbe a las once de la noche.
A más de uno se le vino a la mente la frase de san Pedro en el Evangelio: “Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas” (Mt 17, 4). Pero había que volver a la vida cotidiana. Eso sí, confortados por el Espíritu y la gracia obtenida en Santiago de Compostela. o