Día del Seminario

SeminarioEn torno a la Solemnidad de San José celebramos cada año el Día del Seminario; en esta ocasión, al no ser fiesta laboral en Navarra, lo haremos el domingo 17 de marzo. La Iglesia ha acudido a San José y le ha solicitado ayuda especialmente en los tiempos más recientes y coincidiendo con acontecimientos de singular importancia para la vida del Pueblo de Dios. En el contexto del brusco final del Concilio Vaticano I, el beato Pío IX proclamó a San José Patrono de la Iglesia Universal (1870) y otro papa beato, Juan XXIII, puso bajo su protección el Concilio Vaticano II (1962). Entre estas dos fechas hay que hacer referencia a las intervenciones de Pío XI y Pío XII para dejar en manos del Esposo de la Virgen la defensa de la Iglesia ante el ascenso del materialismo ateo (1937), así como el cuidado del mundo del trabajo con la institución de la fiesta de San José Obrero (1955). En fechas más próximas a nosotros el también beato Juan Pablo II publicó el más reciente documento pontificio dedicado al Patriarca de Nazaret, la exhortación apostólica Redemptoris custos (1989), en que anima a contar con el ejemplo y la ayuda del santo en esta situación que nos toca vivir y en el nuevo impulso evangelizador a que se nos llama.

Con estos antecedentes no es extraño que la Iglesia confíe también a José, que fue formador del único y eterno sacerdote en el «seminario» de Nazaret, un asunto de vital importancia para la comunidad cristiana: las vocaciones sacerdotales y los seminarios. Que haya o no haya curas, que el Seminario tenga vida o no la tenga no es un tema menor. El sacerdocio no es un adorno en la vida de la Iglesia, sino un elemento esencial de la misma, íntimamente conectado con los misterios de la Encarnación y de la Redención, con el núcleo mismo de la fe y la realidad de la salvación. La Iglesia no la hemos inventado nosotros, sino que la hemos recibido de su Fundador, que nos la ha entregado con unas dimensiones básicas que hemos de abrazar, agradecer y cultivar. Y, desde luego, entre estos pilares del edificio de la Iglesia está el sacerdocio.

Por eso, la primera pastoral vocacional consiste en ser conscientes de la importancia del ministerio sacerdotal, poner de relieve la necesidad que tenemos del mismo y pedir al Dueño de la mies que nos envíe trabajadores a este campo, que es suyo. Renunciar a esto es cerrar la puerta a las vocaciones. Pensar como posibilidad o incluso como ideal en una futura Iglesia sin curas y resignarse a ese horizonte es la mejor manera de que nunca haya vocaciones de ningún tipo, ni sacerdotales ni religiosas ni tampoco laicales. No nos engañemos: la Iglesia es un cuerpo; si una parte del mismo está congelada todo el conjunto se resiente del frío.

Por otro lado, la escasez de vocaciones sacerdotales es un termómetro que nos pone sobre aviso de las profundas carencias de nuestra situación: 1) como es evidente, nos advierte del nivel de abandono y olvido de la fe existente en nuestra sociedad (y no sólo entre las generaciones más jóvenes); 2) pero también nos cuestiona nuestro vigor de fe y vida cristiana, así como nuestro acierto en saber mostrar la maravilla que es conocer a Jesucristo y entregarle la vida. Ciertamente, todos nos damos cuenta de que en nuestra tierra son una minoría los jóvenes que participan en la vida de la Iglesia, pero esa misma situación minoritaria, vivida con generosidad y fe profunda ¿no tendría que ser un aguijón que empujase a muchos de ellos a preguntarse acerca de lo que Dios quiere para su vida? Y es que quien haya gustado de verdad lo bueno que es el Señor y la necesidad que nuestro mundo tiene de Él, ¿puede quedarse tranquilo sabiendo que muchos de sus familiares y amigos no lo conocen?

Creo que estas reflexiones son necesarias, pero este artículo no haría justicia a la realidad si no diésemos profundas gracias a Dios por el Seminario, por las personas que aquí viven y trabajan y, principalmente, por todos y cada uno de los seminaristas, por su ilusión y entrega. En este incierto panorama, pienso que ya es un milagro que exista el Seminario y son un milagro cada una de las vocaciones.

Miguel Larrambebere Zabala, Rector del Seminario Diocesano “San Miguel”

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