Un seminarista a las puertas del sacerdocio
El último curso del Seminario es un curso especial. Hace tres meses y unos días fui ordenado diácono. Y dentro de pocos meses, si Dios quiere, seré ordenado sacerdote.
La alegría de la ordenación es continuación y confirmación de la alegría de la llamada recibida de Dios.
Cuando, en mitad de mis estudios universitarios, comprendí y sentí que Dios me invitaba a ser sólo de Él para servir a mis hermanos como sacerdote, reconozco que me asusté.
No entraba en mis planes. Pero a lo largo de estos años, examinando mi vida, he comprendido que Dios siempre ha estado muy metido en ella, aunque yo no me diera cuenta.
Soy el quinto de ocho hermanos, y en mi casa me dieron -y me dan- una educación cristiana. La fe que recibí en el Bautismo ha ido creciendo conmigo, y me ha permitido ver siempre en Dios un Amigo.
Y más que un Amigo, mi Salvador y Señor, Padre lleno de misericordia que siempre me ha amado y comprendido.
La vocación es siempre una cuestión de amor, de dar la propia vida con todas sus cosas, para recibir a cambio el tesoro más hermoso: al mismo Dios, al Amor que todo lo llena.
Si sientes que Dios te invita a seguirle: ¡No tengas miedo! Es el Amor quien te llama.
Seminario Diocesano “San Miguel”