“El Hogar Nazaret surge de la imperiosa necesidad de consolar el Corazón de Cristo”

El sacerdote bilbaíno Ignacio María Doñoro de los Ríos trabaja desde hace años con los niños más vulnerables de la Selva del Amazonas. Allí tiene el Hogar Nazaret, un centro donde, en coordinación con las parroquias y con el Sistema Educativo, se acoge a más de 300 niños y adolescentes en situación de alto riesgo y exclusión social, donde se les da la oportunidad de tener otra vida y de sentir el amor de Dios.

 

¿Cuándo y cómo surgió su vocación sacerdotal?
Fruto de un encuentro muy fuerte con Dios, sentí la necesidad de ser totalmente del Señor. Al principio no tenía muy claro si Dios quería que yo fuera sacerdote, pero sabía que solo podía ser de Dios en esta vida. El enamoramiento de Dios y la necesidad de pertenecerle fueron creciendo hasta que llegó un momento en que comprendí que Dios me quería como sacerdote.

¿Cómo termina un sacerdote castrense en la Selva de la Amazonía, ayudando a los niños más vulnerables?
Cuando era capellán militar montamos una asociación para ayudar a niños en diferentes partes del mundo: El Salvador, Colombia, Mozambique, Tánger… Después surgió la necesidad de consolar y reparar el Corazón de Cristo como respuesta a una llamada que hace Jesús en el Evangelio: «Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis». Por eso, el primer objetivo del Hogar Nazaret es consolar el Corazón de Cristo ayudando a los niños crucificados.

Cuando se ordenó sacerdote ¿se imaginaba donde está hoy?
Evidentemente no, pero cuando le dices al Señor: «Estoy dispuesto a todo. Haz conmigo lo que quieras», Él es capaz de llevarte hasta lugares que nunca habrías sospechado.

Durante sus años de sacerdote castrense coincidió con nuestro Arzobispo don Francisco. ¿Qué relación tenían? ¿Qué recuerdos guarda de él?
Yo no hablaría en pasado, sino en presente porque nos queremos muchísimo. La relación con él es de padre e hijo. Él me animó desde el comienzo a adentrarme en esta aventura de vivir con los más pobres. Hemos bromeado mucho acerca de una cosa que le dije cuando era Arzobispo castrense: «¡Pero usted me está sacando de la diócesis! Todos los obispos quieren que sus sacerdotes se queden, y usted me anima a que me vaya»… Entonces me explicó que él había querido ser misionero. Él tiene mucho que ver con esta obra, porque desde un principio me animó y confió en mí.

Le he oído contar que vivir en primera persona el tráfico de seres humanos, concretamente el de un niño, le cambió la vida. ¿En qué sentido?
Hubo un punto de inflexión en mi vida. Es como en el Evangelio, que Jesús llama a sus discípulos y ellos recuerdan perfectamente el día y la hora en que Jesús les llamó. Yo también sé cuál fue ese momento, en el que no pude hacer otra cosa que pagar un dólar más que el resto y hacerme pasar por traficante de órganos para salvar la vida de un niño. Ese día comprendí que si con tanta facilidad se podía salvar a Manuel, había miles de Manueles en circunstancias parecidas. Aquello no tenía vuelta atrás. Yo ya le había entregado mi vida a Dios, ¡y qué mejor manera de dar mi vida que amando a mis hermanos y arriesgando mi vida por ellos cuando sea necesario!

Una banda de traficantes de órganos le atacó y salvó la vida porque le dieron por muerto. ¿Cómo fue esa experiencia?
En el Hogar Nazaret intentamos sacar algo positivo de todas las experiencias negativas, por terribles que sean. Después de lo que me pasó con aquellos delincuentes, yo tenía la opción de regresar a España y continuar como capellán militar -tenía concedida una excedencia- o seguir adelante. Pensé que si tantas molestias se había tomado un grupo armado organizado para terminar con mi vida, era porque algo estábamos haciendo bien. Había que continuar esa carrera de fondo. Sí, fue una experiencia muy dura y de mucho sufrimiento físico, pero Dios me ayudó y pude continuar.

¿Cómo surge la idea de crear Hogar Nazaret?
El Hogar Nazaret surge de la imperiosa necesidad de consolar el Corazón de Cristo. Es Jesús el que trae al Hogar Nazaret a los niños que están en una situación extrema, sirviéndose de los sacerdotes y religiosas que atienden las cuatro mil comunidades de esta zona. Son niños que están en situaciones límite: cualquiera de ellos podría ser portada de un periódico. Una vez que están en el Hogar Nazaret es Jesús el que los sana. Al mismo tiempo, es una manera muy fácil de reparar el Corazón de Jesús.

¿En qué situación se encuentran los niños que llegan al Hogar Nazaret?
Llegan en situaciones extremas. Suelo decir que si alguien quisiera a esos niños, no estarían en el Hogar Nazaret. Todos ellos llegan enfermos, pero peores que las heridas físicas son las heridas del alma. Desgraciadamente, cada niño tiene detrás una historia terrible. Desde el primer momento se les aplica un protocolo de cuidados, que pasan primero por lo más urgente -sanar el cuerpo- y al mismo tiempo, paulatinamente, ir sanando las heridas del alma.

¿Qué destacaría de esos niños?
Yo les llamo los «niños crucificados». A veces pienso que yo no habría podido aguantar lo que han vivido ellos, pero tienen una capacidad inmensa de dejarse amar por el Señor y de dejar que Él actúe en sus vidas. También tiene una alegría y una capacidad de resiliencia que les permiten superar todos los obstáculos.

¿La Eucaristía y la oración son importantes en Hogar Nazaret?
No solamente son importantes, sino que son esenciales. En el Hogar Nazaret no podríamos vivir sin el Señor, sin la oración, sin el contacto con Jesús… Él está físicamente en medio de nosotros, y es que el Hogar Nazaret no tendría sentido sin el Señor. Por eso les repito muchas veces a los niños que es la Eucaristía la que conforma el Hogar Nazaret.

¿Cómo es un día cualquiera en el Hogar Nazaret?
No hay monotonía, porque aunque seguimos el horario al pie de la letra, cada día hay novedades. Somos una inmensa familia, muy divertida y con unas normas bien establecidas porque no es fácil controlar a tanto niño… Los niños se levantan a las 6 de la mañana y tienen un rato de oración. Después desayunan, van al colegio, comen, hacen deporte (los niños tienen fútbol y las niñas voleibol), y luego tienen el Rosario y la Misa, la cena… Es una casa donde hay muchísima alegría y amor. Es más, creo que son la alegría y el amor los que definen nuestro día a día.

De todo lo que ha hecho, ¿de qué se siente más orgulloso?
Yo no me siento orgulloso especialmente de nada. Y no es por humildad, pero creo que lo más importante es reconocer nuestra pequeñez y dejarnos amar por el Señor. Quizás eso sea lo que haya intentado hacer.

¿La historia de qué niño le ha marcado más?
La historia de cada niño es diferente y cada vez que llega un niño pienso: «Esto es lo más duro que he visto en mi vida», pero luego llega otro niño y lo supera. No sabría decirte ahora mismo cuál me ha marcado más, porque son todas tremendamente duras.

¿Cree que los niños que usted conoce en la Amazonía son más felices que los de aquí, pese a tenerlo «todo»?
Dicen que las comparaciones son odiosas. Yo creo que puedo hablar de los niños del Hogar Nazaret, no de los niños de la Amazonía. Pero sí es cierto que siento que estos niños son más felices que los niños españoles con los que yo trato cuando voy a España. Cuando entro en el Hogar Nazaret, lo primero que me dicen es: «Papá, ¿vas a decir Misa ahora?». Tienen hambre de Dios y esa alegría que solo el Espíritu puede dar. En ese sentido, sí diría que los niños del Hogar Nazaret, a pesar de no tener tantos medios, son más felices. No tienen muchas cosas, pero tienen todo lo importante. Su “todo” es Jesús.

Tras ver tanta miseria, tanto dolor, tanta maldad y tanto sufrimiento, ¿de dónde saca las fuerzas para seguir adelante?
A mí me sostiene la Santa Misa. Sin ella no podría vivir. Cada vez que celebro la Santa Misa veo el crucifijo en el altar y resuenan en mi corazón estas palabras de Jesús: «Lo que hicisteis con uno de estos, mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis». ¿Y cómo quejarme cuando mi Dios está crucificado? Porque es Jesús el que ha sido abandonado, el que tiene hambre, el que está lleno de heridas, el que llora en cada uno de mis niños… Es Jesús.

Dice que los pobres nos llevan al cielo. ¿Cómo lo hacen?
Sí, creo que tenemos que estar inmensamente agradecidos a los pobres. Jesús nos lo ha asegurado: «Conmigo lo hicisteis». Es a Jesús a quien estamos dando de comer y de beber, es a Él a quien vestimos, a quien curamos… En esto me insiste mucho Monseñor Francisco Pérez: «Es a Jesús», «Es a Jesús»… Y por eso Jesús añade: «Venid conmigo, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber»… Jesús no olvida ni un vaso de agua y Dios no se deja ganar en generosidad.

Cuando habla con el Señor ¿Cuál es su petición más frecuente?
«Hágase tu voluntad»

Ha escrito varios libros y dentro de poco verá la luz «El secreto es Jesús». ¿Sobre qué trata este libro?
Es un libro sobre el secreto de la felicidad. Al contrario de lo que muchos piensan, la fuerza que mueve el mundo no es el dinero, sino el amor: el amor de Dios. Si el mundo existe, si existimos tú y yo, y cualquiera, es porque hemos sido profundamente amados. Ese es el secreto que mueve mi vida: el amor de Jesús, que lo ha dado todo por mí. Que no se ha conformado con hacerse hombre por mí; que no ha querido ahorrarse la humillación y la muerte de la cruz; que no se ha reservado a su Madre y me la ha regalado a mí; que sigue reviviendo la pasión en cada persona que sufre… El secreto es Jesús es una historia de Amor que empezó en la eternidad, cuando Dios me pensó, cuando nos pensó a cada uno, y que no tiene fin, porque estamos llamados a contemplar su rostro y ser felices con Él para siempre.

¿Cómo se puede ayudar, desde aquí, a Hogar Nazaret?
El Hogar Nazaret no tiene ninguna institución, ni diócesis, ni parroquia detrás. Vivimos de la Providencia. Hay una página web, que es la única manera que tenemos de recibir las donaciones y las ayudas:
www.hogarnazaret.es ❏

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