Adviento, momento para revisar la vida cristiana

Me siento muy perplejo y hasta muy preocupado al constatar que en el ambiente de nuestra sociedad se esté haciendo elogio y se aplauda con normalidad a ciertas formas de vivir que están impregnadas del pecado. El pecado, decía el Concilio Vaticano II, afea a nuestra sociedad. El ser humano que está llamado a vivir la belleza, la armonía, la verdad y el puro amor, se ve acosado por una forma de pensar y de actuar totalmente al margen de dicha realidad. Los medios de comunicación, en su amplio espectro, no tienen ningún rubor en presentar el pecado como si esto fuera la mayor expresión de la libertad. Sin embargo, mal que pese a muchos, lo que se ensalza es el camino más escabroso de la esclavitud ¿Cómo es posible que se haya caído en tal mentira? Quien no esté a favor de la verdad, por mucho que quiera justificarse, se ve envuelto en la mentira más engañosa que pueda existir.

El pecado tiene su raíz en el egoísmo perverso y malvado que se erige en ‘señor’ en el corazón humano. No admite las reglas de juego que marca el Creador, se deja llevar por sus planes propios más que por los planes de Dios señalados en los Mandamientos. La fealdad existencial y vital se ven apoyadas por el pecado y estas son frutos del mismo. El pecado ni tiene color, ni tiene razón, ni tiene luz… es la oscuridad más negra que obstruye toda claridad. Se identifica con la muerte existencial que desplaza a todo signo de vida. Dios que se paseaba por el Paraíso sin ningún obstáculo, se encuentra ante la desobediencia del primer hombre y primera mujer y ha de despedirles del hermoso jardín por no corresponder al designio de libertad y amor. ¡Que vergüenza sienten los primeros padres!.

Estamos preparando la fiesta de Navidad con la ilusión propia de recibir al único liberador del género humano: Jesucristo. Este recuerdo nos pacifica, nos dignifica y nos lleva a la felicidad que fue perdida a causa de nuestros pecados. De ahí que la fiesta que celebramos no tiene nada que ver con las motivaciones materialistas o hedonistas que hacen de la Navidad una pura caricatura. Es la fiesta de la vida y de la libertad, de la armonía y de la paz, de la gracia y del amor. En Belén se manifiesta la victoria del amor sobre el odio, la gracia sobre el pecado, la luz sobre las tinieblas. Es la manifestación de Dios que sigue queriendo al género humano.

Cuando recibimos tantas felicitaciones, con motivo de las fiestas de la Navidad, las formulaciones de nuestros deseos son tan ampulosas que tal vez nos falta preguntarnos cómo nos movemos por la vida y si cuidamos con esmero –ante todo- la belleza del alma que se deja modelar por el amor de Dios (el Dios de la Vida). «¡Ay del alma en la que no habita Cristo, su Señor!, porque, al hallarse abandonada y llena de la fetidez de sus pecados, se convierte en hospedaje de todos los vicios» ( San Macario). Estar en gracia de Dios es tan importante o más que tener salud corporal; la salud del alma es más necesaria puesto que en ella encontraremos la Vida que es felicidad completa. Que esta Navidad nos ayude a ser más responsables ante el compromiso que nos dejó el Niño Dios de Belén.

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