Homilía en el Día de San Fermín
Hoy es un día grande para la ciudad de Pamplona y para toda Navarra, y sólo porque tenemos presente a San Fermín que fue el gran evangelizador en nuestras tierras navarras. Sea glorificado y alabado el Señor que tuvo a bien enviarnos a este gran Santo y que nos dejó el legado mejor que podemos tener y es el de la fe en Cristo. Nunca agradeceremos el bien que hizo San Fermín.
Por ello hoy quiero cantar de alegría y manifestar que la fe secular que se anida en el corazón de los pamploneses, a través de los tiempos y sus épocas, siga siendo esa luz que nadie pueda apagar. Es muy difícil que se apague esta luz a pesar de nuestras flaquezas y debilidades porque el amor de Cristo es más grande que todas nuestras limitaciones. Como oíamos en la Lectura de Santiago, si se pone a prueba nuestra fe, esto nos dará constancia, “y si la constancia llega hasta el final, seréis perfectos e íntegros, sin falta alguna” (Sant 1, 3).
Es la experiencia de San Fermín, el cual nos invita también a nosotros a ser auténticos evangelizadores, es decir, que anunciemos con palabras y hechos que creemos en Dios, le amamos y servimos a los demás. San Fermín sufrió la persecución y hasta murió por causa del testimonio de fe que llevaba en su corazón y en sus obras. Su vida caló tanto en el pueblo de Pamplona que su ejemplo de vida hace brillar la fe de un pueblo que noblemente acepta el ejemplo de un auténtico seguidor de Cristo.
El Papa Benedicto XVI, con el que pude estar hace pocos días y que me impuso el palio de arzobispo nos decía, al inaugurar el Año Jubilar sobre San Pablo, que “el encargo del anuncio y la llamada al sufrimiento por Cristo están inseparablemente unidos. La llamada a ser maestro de los gentiles (se refiere a San Pablo) es al mismo tiempo e intrínsicamente una llamada al sufrimiento en la comunión con Cristo, que nos ha redimido mediante la Pasión. En un mundo en el que la mentira es poderosa, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiera evitar el sufrimiento, mantenerlo lejos de sí, mantiene lejos la vida misma y su grandeza; no puede ser servidor de la verdad, y así servidor de la fe”.
Por eso ser creyente hoy y manifestar que uno quiere vivir de esta forma supone valentía y sufrimiento. “No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia a sí mismos, de la transformación y purificación del yo por la verdadera libertad. Donde no hay nada por lo que valga la pena sufrir, incluso la vida misma pierde su valor. La Eucaristía, el centro de nuestro ser cristianos, se funda en el sacrificio de Jesús por nosotros, nació del sufrimiento del amor, que en la cruz alcanzó su culmen. Nosotros vivimos de este amor que se entrega. Este amor nos da la valentía y la fuerza para sufrir con Cristo y por él en este mundo, sabiendo que precisamente así nuestra vida se hace grande, madura y verdadera” (Benedicto XVI).
Ruego a Dios que siga cuidando este pueblo de Pamplona para que no desista en seguir mostrando la grandeza de creer en Cristo, en su Evangelio y en su Iglesia. Ruego y pido a Dios que los pamploneses sigan las huellas de San Fermín. Una sociedad que margina a Dios es una sociedad abocada al fracaso total y va hacia la desesperación. La fe nos impulsa a tener presente las pautas y leyes de los Diez Mandamientos. Cualquiera de ellos que venga mancillado y sustituido provocará daños incalculables. Por ello hemos de ser defensores de la vida, defensores de la recta moral y de la justicia en todos sus matices. La cerrazón a toda la revelación de lo alto, y por tanto a la fe, no es causada por la inteligencia, sino por el orgullo. Dios se manifiesta a los sencillos de corazón, no a los prepotentes, sabios y entendidos.
Ruego a Dios que muchos jóvenes se decidan a seguir a Cristo en el camino al sacerdocio, a la vida consagrada o al santo matrimonio. Deseo que todos pidamos insistentemente por esta intención. “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, la Dueño de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,38)